Mi Gato Negro

Y yo escuchaba -me llevaba- ese ritmo de boca de poeta tan pausado tan de vida plagando mi respiración de imágenes bellas que escapan de estos ojos que traviesamente juegan a estar tristes. Y, entonces, mientras la poesía sirve para encontrarse, vi el gatito negro sujeto a la muralla y me di cuenta de su omnipresencia en mi aliento de niña contenta del cordelito rojo que lo sujeta hoy a mi puerta de la sorpresa con que lo veía aparecer en los cajones como una magia regalo de un hada resuelta de mi razón golpeada en la juventud al entenderlo de la compañía que me hizo con mi hermanos locos, Patricia y Eduardo, de cuando pendía del termo azul y siempre estuvo entre esos té humeantes con que nos abrigábamos en el invierno.